Esta vez las víctimas son los seres más vulnerables, dos niñas que algún día habrán mirado a su padre con ternura, habrán confiado en él y habrán pensado que era su protector. Pero era un hombre débil, poco nos importa si era educado o estaba en el paro, era débil y cobarde porque no supo arrostrar la adversidad y lo pagó de la manera más vil, sucia y rastrera que nunca se le debería presuponer a un ser humano: ¡3 mujeres muertas!, dos (sus propias hijas) para siempre y su madre en vida porque ¡a ver quién se levanta cada mañana con el animo de mirarle al futuro con ganas!
Desde la escuela el clamor ha de ser unánime, hay que educar hombres fuertes de verdad, hombres que dejen de depender emocionalmente de mujeres a las que exigen cumplir sus normas, hombres que compartan el cuidado de los más vulnerables, hombres sin miedo a sentir y a compartir sus sentimientos, hombres capaces de dejar espacios, el que les corresponde a las mujeres porque son (somos) la otra mitad del mundo.
Esto no es un crimen aislado, esto es la consecuencia de un cancer que come las entrañas y que se va criando día a día.
Hoy lloramos la muerte de Amets y de Sara, porque nos es fácil empatizar si miramos a los ojos a nuestras propias niñas. Miremos también a los ojos de nuestros niños y no permitamos nunca que se instale en ellos ni una sombra de esta maldita debilidad.
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