Paseaba hace unos días por los alrededores de mi casa, era media
tarde y el movimiento en la calle dibujaba un ir y venir de familias
apresuradas, arrastrando el cansancio del día junto las bolsas del “super”.
De repente algo me llama la atención,
no debería hacerlo pero me sorprende, un niño de unos 4 años (supongo que
siempre me fijo por cierta deformación profesional) empuja con gesto cansado
una sillita de bebé, era una sillita de juguete con su correspondiente muñeco
dentro, su madre unos pasos por delante hacía equilibrios con las bolsas de la
compra mientras el niño, con exquisito cuidado, seguía empujando su juguete
afanado en alcanzar a la mujer.
Miré alrededor, confieso
mi escepticismo, esperando a que apareciera la hermana y dueña del carrito pero
pasados unos segundos asumí con enorme regocijo mi error y solo se me ocurrió
exclamar: ¡Sí, algo está cambiando!, ese es el juego simbólico que quiero ver,
el que vive extramuros de la escuela y se mezcla con la normalidad de las
calles, el que no oculta la imitación de las tareas compartidas, el que anuncia
que los niños empiezan a entrar en el juego del cuidado. Por un momento sentí
el placer de la recompensa y me tuve que contener para no darle un abrazo. Comedida
me limité a mirarlo con ternura y con cierto temor de convertir en extravagante
lo que el niño vivía con absoluta normalidad y entonces me estremecí al pensar
que, a la vuelta de la esquina, algún revientafuturos con el cerebro encharcado
de testosterona intentaría acabar de un golpe certero con lo mejor que,
profesionalmente, me había pasado ese día.
Begoña Álvarez Moratinos
No hay comentarios:
Publicar un comentario